Por: Héctor Nuno González Ilustración: Danny Figueredo Camila no sabía qué hacer con aquellas sensaciones, nadie le había explicado. Por eso, cuando aquel flaco de facciones finas y ojos tristes apareció comandando la entrada del cura en la homilía, pensó que temblaba la tierra. Parecía una plastilina gigante, superaba los 185 centímetros de estatura y asistía al sacerdote con tal diligencia y voluntad, que no pudo concentrarse ni aquel domingo ni los siguientes. Había llegado al pueblo proveniente de tierras frías, su familia cambió los andes por el llano porque sus abuelos ya no soportaban el frío inclemente que se les metía en los huesos y les dolía para respirar. No más llegar, se puso a la orden en la parroquia. Camila tenía 12 años recién cumplidos y la vida le estaba mostrando de golpe la rudeza de los cambios naturales. Sus padres la abandonaron cuando tenía un mes y vivía con una amorosa tía que trabajaba demasiado, no tenía tiempo para orientarla y hacer...
Líneas de un Aprendiz
Escribo para que la gente recuerde