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Al calor de la prosa: Enero presuroso

Enero inició presuroso, apenas el día uno se nos fue Doña Mary dejando un vacío imposible de llenar y un suspiro eterno en el alma de mi lirio blanco, mi madre, que apenas inicia la adaptación a vivir mutilada, porque cuando se va un ser querido se siente eso, que con ellos se fue una parte de ti. Cuando reaccioné estaba febrero encima, lo supe por la fuerza del sol haciendo estragos en mis ojos de ancestro ibérico, principal responsable de mi fotofobia, y un pensamiento me invadió en medio de una rutina cada vez más rauda y furiosa como un río crecido: No estoy haciendo nada por la literatura. No recuerdo la última vez que produje un párrafo decente, y vaya que eso es malo. Cuando me emplacé por ello, lo justifiqué que estaba ocupado en un millón de tareas necesarias para sobrevivir en mi país, cada vez más deshumanizado e invivible. Fue entonces cuando decidí imponerme este ejercicio con el objetivo de mantener caliente el brazo y la prosa, que al igual que los músculos, s...

Carnicería social (I)

A esta fecha del calendario gregoriano, lejos está la sociedad amable ideal en la Venezuela intolerante. El miedo domina la escena, la alegría mal pregonada parece más bien una población desenfocada, capaz de amanecer embriagada de pocimas venenosas y nadando en el nauseabundo caldo de sus tragedias. Nuno, 17 de diciembre de 2019

Entrevista con el difunto

Por Héctor Nuno González   En 30 años de intensa labor periodística, topé con presidentes, ministros, cancilleres, caníbales, magos, escritores, narcisos y otras especies, pero jamás el oficio me exigió tan aguda pericia como el día que me tocó entrevistar a un difunto.   Fabián de los Reyes Parreira murió una caliente mañana de marzo, en medio de una atmosfera enrarecida por su imprevista partida y la discordia familiar por tajadas de la herencia. En medio de la siesta, mi jefe procuró mi atención vía telefónica: -¿Ya supiste que murió Don Fabián?-, -Si, pobre hombre, lo único que tenía era plata-, -pues te tengo una encomienda especial que cerrará con broche dorado tu carrera-, -aja, y me imagino que al retirarme seré inmune a los achaques de la vejez-, -deja el sarcasmo para otro momento, esto es serio. De buena fuente me dijeron que el espíritu del viejo ronda por la casa, se sienta en su despacho enojado y lamentando su muerte. Ya que puedes hablar con el...

Sala 11, Un relato esperanzador

Por Hèctor Gonzàlez Capítulo I Prolegómenos y vestigios La pesadumbre inicial llegó el día que dos aviones chocaron las Torres Gemelas de New York. Al levantarse, su padre le invitó a observar en la televisión lo que ocurría, mientras una extraña debilidad transitaba su cuerpo. El 11 de septiembre de 2001 no sólo marcó un antes y un después para el mundo occidental, urdía también la vida un lance a quien se sentó desentendido a observar el incidente. De aura inquieta y vigorosa, alto y delgado con la piel acanelada, rostro fino y nariz descollante. Gozaba de un carisma difícil de igualar entre los de su generación. Su ingenio agudo infundía tal admiración y magnetismo que todos se regocijaban con su compañía. Juan Andrés España González tenía entonces 17 años y cursaba el segundo de tres periodos para ser Técnico Medio en Producción Agrícola en el liceo Alejandro Febres de Las Vegas.    En un pueblo pequeño -como el ubicado en un punto del antiguo Cami...