Cuenta historias de esas que cuentan los llaneros, de
parrandas y aguardiente, de conquistas y caminos, pero sobre todo de espantos y
aparecidos. Con una llave sacó su última pella de chimó y exclamó con tono
encapotado: -ponga cuidao, porque esta no se la voy a contar dos veces.
Aquel día, por la borrachera, olvidé que el reloj se me
había descontrolado. Cuando llegué a casa luego de varios litros de Cocuy en el
juicio, no tenía noción del tiempo, pero mi alarma seguía puesta a las 5 de la
mañana, la hora de pararse a trabajar.
El Casio estaba adelantado 5 horas y cuando pilló, en
realidad eran las 12 en puntico. Sentía la pea igualita, así que decidí echarme
un palito antes de irme, ya sabe, pa’ cogé bríos. El litro quedó entre los
camburales, ahí lo escondíamos siempre.
Estaba solo a 2 cuadras, monté la bicicleta y me fui poco a
poco. En eso vi parada en la entrada de la capilla del pueblo a una mujer buena
moza, alta y flaca, melena larga y de vestido blanco. La oscurana no me dejaba
verle bien la cara, pero era perfilaita.
-Hola mi amor, que hace usted aquí tan sola-, le dije, -pues
que más, esperándote chico, hace tiempo que te quiero frotando mi gurupera-,
-la verdad no te había visto nunca chica, pero si es así lo menos que hay es
tiempo que perder, móntese aquí y vámonos pa’ donde nadie nos vea-.
Pedaleé rumbo al sitio donde castigo a todas, en la ceiba
grandota que está después del caño en la vía a la Hacienda Monasterios. Había
luna llena y el camino estaba claro, pasamos el portón anaranjado, donde
comienza el granzón, esa bicicleta se sintió livianita en los 500 metros de
recorrido, esa mujer ni hablaba y lo que era más extraño, olía a vela prendía.
Una vez en la ceiba, la sombra no me dejaba verle la cara,
apenas se le notaba lo jipata. Cuando me le acerqué dijo: -haré el amor con
usted solo si se quita ese crucifijo-.
Eso me puso en advertencia, agarré la cruz y le dije que mi
cadena no me la quitaba nunca. Dicho eso, llevó sus manos a la cara y después
dejó ver el rostro más horrible del mundo, seguido de un grito espantoso que me
tiró al suelo.
Me paré loco y medio ciego, agarré la bicicleta desesperado
y comencé a rodar de regreso, a todo lo que daba. Pero detrás venía ella, no la
veía porque no volteaba pero el grito seguía reventándome los oídos y sentía un
escalofrió en la espalda, era un grito de mujer desesperada, como si su
angustia fuera incontable.
Me frenó el golpe contra el portón, pero tan asustado estaba
que ni lo sentí, cuando me paré dejé de oír el grito y sentir el escalofrío,
como pude llegué a la casa y lo único que hice fue tirarme en la cama, tenía el
pulso acelerao, ni hablar de que no dormí naita.
De aquel día me queda no más que el recuerdo y un defecto en
la rodilla derecha, por el golpe contra el portón. Sigo bebiendo, pero empiezo
temprano pa’ que no me agarre la noche tan tarde por ahí, lo que es con la
sayona no quiero reencontrarme, ¡Ave María Purísima! Digo siempre con la cruz
en la mano.
Nuno
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