...signos de esperanza
Hace ya algún tiempo, una pareja de abuelos que ahora quizás solos, pero, otrora con una familia numerosa, se complacían escuchando en solares vecinos a su casa, los variados ruidos que producían los niños quienes reunidos jugaban. Algunos gritaban, otros sonreían a carcajadas, igual, los más pequeñines reclamaban y hasta lloraban con mucha fuerza por la defensa de sus caprichos.
En fin, eran sus más intensas y manifiestas emociones, sí, una total algarabía. Igual, momentos de felicidad que experimentaban los niños. Ésta, llegaba extensiva como un grato contagio y les hacía partícipes y muy agitada compañía, a los siempre atentos y contiguos espectadores...los abuelos.
- ¡No peleen! ¡Jueguen, pero no peleen! Gritó una de las madres,
Los niños necesitan un parque, pensó en voz alta, uno de los padres. Es probable, respondió otro. Pero ¿quién asegura que después no habrá pelea? Por controlar ¿quién subirá primero al tobogán? ¿o dar vueltas en la rueda, o mecerse en el columpio? ¡Nadie! Absolutamente nadie. Muy seguros se respondieron porque la vida es una eterna lucha.
Asimismo, en la familia de los abuelos solitarios entre sus nueras una de ellas estaba embarazada. Pronto llegaría un nuevo niño, otro nieto vendría a jugar con su hermana, con su familia. Y, desde ya, éste, cuando escuchaba los gritos de los niños comenzaba también a enviar sus mensajes con algunos movimientos en su residencia temporal, la barriga de mamá.
Sin embargo, él, aunque nació bien y por cesárea también a priori, tuvo gran dificultad. Por ello, llegó antes de lo previsto le faltó un mes de gestación en consecuencia, alcanzó muy bajo peso y talla. Fue un "súper héroe" pero lo logró. Con adversidad pero nació.
Uno de sus abuelos fiel a sus ancestros "los jirajaras" pensó y ofrendó a la vida del recién y bienvenido nieto, sembrando al siguiente día un árbol. Era algo extraño un árbol de semeruco, pensando en el futuro fruto, tan dilecto por los niños; quizás, también con la esperanza que su nuevo nieto se recuperara y se desarrollara sano, muy sano, como en toda familia siempre se espera.
Al principio, el semeruco lentamente se aclimató al terreno donde fue plantado. Igual el niño, quien se tomó su tiempo para gatear, caminar y hablar. Pero, ambos siempre creciendo, desarrollándose.
Asimismo, en cierto momento la situación socio económica fue insuficiente y además, insoportable para mantener una familia. Y, todo cambió en el país, ese desalentador panorama hizo que muchos de los padres y madres, algunos solos, otros con sus críos, dejaron el país...migraron.
Fue por ello, que ambos el niño y el árbol se separaron, igual que muchas familias. Ahora, distantes, hombre y naturaleza siguen su desarrollo y su aún indeterminado destino.
El nieto allá, crece, es fuerte, gruñón, a veces tierno, simpático, haciendo travesuras, como todo niño, también dibuja, le falta escribir, pero, lo hará, lo lleva en su linaje que corre por su sangre.
Aquí, en la distancia, igual sucede con el árbol de semeruco que está alto, frondoso y muy bondadoso, las aves confían sus huevos en perfectos y entretejidos nidos que construyen en sus ramas.
Pero, aún el árbol no es fuerte, no totalmente, el necesita apoyo en su tronco para que la brisa y las tormentas que traen las fuertes lluvias, no lo doblen, mucho menos que lo partan de raíz.
Igual sucede, por allá con el niño, requiere de amor, mucho amor de familia, de pan, de abrigo, de tiempo para crecer, para jugar, para estudiar y para hacer deporte.
Similar aquí, el árbol también necesita un poco más de tiempo para completar el desarrollo y dar su tan esperado fruto ¿Cuánto? No se sabe. Sólo se espera que sea pronto y que los dioses que secretamente conjuró el abuelo en muy secreta oración cuando lo plantó, respondan a la solicitud implorada.
Mientras, el trinar de una nueva camada de pichones que nacieron en los nidos que protegió el tan significativo árbol, cuán dios del Olimpo, vio cuando los intrépidos críos, saltaron de su reducido círculo con torpe vuelo, para luego, rápido y por la fuerza del instinto, con perfecta seguridad y aprendizaje, despegar decididos, a surcar el amplio cielo.
Ahora, del árbol sólo se espera que lleguen sus pequeñas y coloridas flores que anticipan las exóticas semillas y fruto de la semeruca que tanto agradan a los niños.
Ojalá, coincida su cosecha con el retorno de la familia que con mucha valentía, decidieron aquella vez emprender una nueva ruta de felicidad y esperanza, lejos del gran resto; familia que ahora, con mucha nostalgia, en la pasmosa soledad del tiempo y espacio que dejaron ellos, los viajeros, todos esperan que regresen a casa, a deleitarse comiendo aunque sea de aperitivo, los diminutos, pero tan excitantes frutos del árbol de semeruco.
FIN
Argimiro Meléndez - Los Cuentos del Abuelo
COMENTARIO.- El Niño y el árbol. Abundante material audiovisual, también escrito, existe en la nube con simular título. Éste, el nuestro, es una historia real que desde su inicio hasta el fin, sólo busca abrigar signos de esperanza que tanta falta hace a la familia Venezolana.
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