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Del diario de un asalariado veguense


Por Héctor Nuno González

Diario querido, perdona tantas quejas vertidas sobre tus páginas en blanco, pero es miércoles de quincena y el hastío me sigue ganando la batalla en cada terreno donde intento llevarlo.

Hoy fue un día terrible que inició reciclando café. A las 6:00 AM puse la radio y al locutor del programa llanero que más veces me da la hora y justo después de recitar las 6:03 minutos de la mañana se volvió a ir la luz, que ya se había ido un par de veces por la madrugada dando cabida al concierto de lechuzas.
Por suerte había guardado un tobo de agua y rápido estuve listo para salir, tras ponerme la camisa incolora de la institución, el pantalón cuatro veces remendado y los zapatos reciclables. Ya sabes que cuando no baja el autobús hasta El Espinal debo caminar dos kilómetros y medio de una carretera triste que se hunde a lo largo y a lo ancho como las reses del hato de Doña Bárbara en el tremedal. En el camino estaban, como cada día, los obreros de fincas que esperan desde las 5:00 AM un transporte que pasa una o dos horas después. 
A las 7:00 AM llegué a la parada del cruce, si es que así se le puede llamar, estaba atestada de gente asalariada como yo, algunos del Poder Judicial, otros educadores que trabajan con los chinos de San Carlos y les pagan mejor que el Ministerio de Educación, comerciantes de saco terciado y otros sobrevivientes de la kakistocracia.
A las 7:35 AM pasó el autobús de Lagunitas, claro que iba lleno de personas y como pudo metió a la fuerza unas cuantas más, desesperadas por llegar a tiempo a su trabajo y olvidando aquello de evitar aglomeraciones por el Covid19. Apenas usando la diestra para sujetarme en la puerta, medio tarareé el vallenato a toda mecha que llevaba puesto un chófer que bien podía ser el doble de Nosferatu: "Los caminos de la vida no son como yo pensaba, como los imaginaba, no son como yo creía..."
No había cruzado la puerta de la oficina y ya estaba cansado. El desolador camino lleno de gente esperando en las orillas de la calle, que necesitan de los centros urbanos para comerciar algo y sobrevivir, es una de las cosas que más triste me ponen. 
Me senté en mi cubículo de burócrata y mientras Windows arrancaba me puse a revisar el celular, respondí algunos mensajes y vi estados de WhatsApp. En uno estaba mi jefe presumiendo de sus ejercicios matutinos para los cuales invierte una considerable cantidad de dinero en ropa de marca, algunos dispositivos para monitorear su narcisismo y casi que un par de zapatos nuevos para cada entrenamiento. Todo eso y más en medio del bloqueo, sabes...
Son peores los días de oficinas de atención al público cuando falla el sistema, y así pasó todo el día, por lo que hubo que calarse cantidades industriales de comentarios groseros, algunos en su lugar y otros fuera. Solo uno fue digno: "Habría que fusilar en las plazas a todo aquel que robe al pueblo". 
Salí a las 2:00 PM, como siempre, y como siempre llegué a un cruce de vías de San Carlos full de asalariados veguenses que intentaban regresar a sus casas. Allí me encontré a doña Máxima, que venía de llevarle comida a su nieto de 19 años preso en el CICPC de San Carlos. "Bien dentro de lo que cabe, mijo. Caminé bastante hoy porque además de llevarle la comida a mi nieto, tuve que ir a San Ramón para hablar con la abogada del caso, porque las vacunas que piden desde el juez para abajo no es comida de viernes". 
También estaba José Luis, un catire tramoyero que no pudo cerrar un negocio con gasolina "bajo cuerda" porque el guardia se "echó pa tras" y "tú sabes cómo es la vaina". 
Se hicieron las 4:00 PM y allí seguíamos, la quincena recién depositada no podía usarla para pagar un carrito por puesto, porque cobran un dólar y a veces dos, quería guardarla para doscientos gramos de café y alguna otra cosita, que es para lo que alcanzan 15 días de trabajo en la Venezuela de hoy. 
A las 4:25 PM pasó uno de los camioncitos que carga el personal de las polleras y se detuvo para montar a cuánta gente de Las Vegas le cupo en la parte trasera. A las 5:00 PM llegué a casa y no quería saber nada más del mundo, por suerte vivo solo, no tengo mujer ni hijos lo que es cosa rara por aquí. Tampoco busco nada ahorita, si ni siquiera puedo cubrir mis necesidades de bohemio soñador. Por suerte en el barrio se fueron muchos hombres a distintos países del sur y las vecinas añorantes de caricias nocturnas me dejan sus puertas ajustadas. 
Pero eso es de vez en cuando, la verdad es que cada día es más jodido permanecer en este pueblo sin porvenir, en este país saqueado, bloqueado e hipotecado. 
Termino estás líneas poco antes de las 8:00 PM, antes de ir por el café y una bolsa de pan en la bodega cercana que vende de todo y a toda hora, que en eso y una recarga de saldo me dejo la quincena. Terminaré rápido también para agarrar un poco de agua, no vaya a ser que la luz vuelva a irse.
Tal vez todo fuera distinto si papá y mamá no me hubieran dejado siendo tan pequeño, tras aquel accidente terrible. Tanto invertir en extrañarlos me hizo escritor de diarios a la antigua, aunque eso es más consecuencia de la miseria cotidiana donde quedé atrapado, sabes, para desahogarme y olvidar además los gramos de peso perdidos. Seguro hay miles en el país, habitantes de olvidados pueblos del llano, haciendo lo mismo que yo. 
Ahora sí, listo, mañana será otro día no muy diferente al de hoy, y es que cada vez se parecen más las rutinas, las caras tristes, el lodo del tremedal, el polvo que se come la esperanza, el corocillo que renace y renace en esta tierra abundante de hierba mala, donde todo se parece a Ortiz y sus casas muertas, donde solo aquel samán bicentenario me recuerda a la naturaleza de la que formo parte. 

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