Por Héctor Nuno González
Faustino
Morales era el comisario mayor de Las Vegas en los años 40, la primera
autoridad civil y el encargado de encausar a todo aquel que se atreviera a
distorsionar la paz y el orden. Tito era un comisario menor, encargado de velar
por el orden en todo el sector que llamaban El Espinal hasta la zona que los
“musiús” nombraron San Marcos. Aureliano Valor, llanero fuerte y recio, se
encargaba desde Camoruquito hasta Flor Amarillo. Todos podían ejercer el cargo
sin que este les impidiera realizar otras actividades cotidianas o labores como
las que Tito realizaba en El Charcote, las de liniero.
Un
julio lluvioso, Tito debió poner en cintura a dos niños que se robaron la cosecha
de maíz amarillo del conuco de María de la Cruz Mena, eran los hijos de la
partera Doña Eloisa González.
Eloisa
lavaba la ropa en el caño Buen Pan, cuando vio pasar a sus muchachos con un
saco lleno de mazorcas tiernas, ideales para sancochar. Los viejos de antes
eran gente muy honrada, preferían morirse de hambre antes de hacer cualquier
cosa que atentara contra la moral y las buenas costumbres; ninguno de su
estirpe había sembrado maíz aquel año de invierno tórrido, por lo que de
inmediato los interpeló con una voz melódicamente severa: -van a ustedes a
decirme, ya mismito carajitos del carrizo, de dónde sacaron ustedes ese maíz-.
Ambos
se miraron los ojos y descubrieron el terror que les detuvo el aliento, no
terminó el hermano mayor de pronunciar la primera silaba de una palabra desconocida
cuando Eloisa asentó una cachetada certera en su rostro, rauda elevó
armónicamente su otra mano y repitió la dosis en el menor. -Ahora mismo vamos a
devolver esta cosecha, porque o son honrados por las buenas, o son honrados por
las malas-.
Las inflexiones militares en la voz de Eloisa
no dejaban opciones a los dos hermanos, quienes con lágrimas en los ojos
condujeron a su madre hasta el conuco de María de la Cruz, el saco era más
pesado ahora. Sonrojada de vergüenza, Eloisa prometió a María de la Cruz darle
a sus hijos una cueriza para que aprendieran la lección, también mandó a llamar
al comisario de El Espinal para aumentar la reprimenda.
Tito
atendió al pie de la letra la solicitud de Eloisa, -sea severo en el castigo a
ver si van a volver a robar-, le dijo aún ruborizada. Los dos hermanos,
tuvieron que atender y mantener limpio y sin malezas el conuco de María de la
Cruz por seis meses. Cuidaron y limpiaron el maíz, desmalezaron a diario la
yuca y después arrancaron las raíces que ya estaban listas para el consumo,
removieron las vainas regordetas de las matas de quinchoncho, las secaron,
desgranaron y entregaron en paila a María de la Cruz.
Una
vez concluidos los seis meses de dura faena, Tito fue hasta el conuco y les
informó del fin del castigo, colocó sus manos sobre sus hombros y les pidió con
los ojos enternecidos: - sean buenos hombres-.
Gracias por lo que me toca!!! Te felicito por tu escrito, y te digo, me insiste creerlo, además me imagino la pena para esos muchachos.saludos.
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