Por Héctor Nuno González No recuerdo quién lo dijo, pero lo leí en el libro "Terapia para el emperador", de Manuel Llorens; decía más o menos así: "Debemos tratar al halago y a la crítica como lo que son, impostores". Es un ejercicio sano si nuestros deseos de vida pasan por estar tranquilos y desprendidos de nimiedades desgastantes. O ¿acaso no es harto cansón vivir pendiente de generar un halago de los demás y cumplir cada paso para ello? Ni se diga cuando de la crítica se trata, se nos pone la piel sensible cuando debemos enfrentarnos a ella y hasta esclavos nos volvemos de los que, por la razón que sea, critican lo que hacemos. La RAE define la palabra "impostor" de la siguiente manera: "que atribuye falsamente a alguien algo" y "que finge o engaña con apariencia de verdad". A ver, no todo debe ser literal y claro que los halagos son buenos para alimentar el "ego necesario" y la crítica también es imperativa...
Escribo para que la gente recuerde