Ilustración: María José González |
Eran finales de abril cuando decidió matarlo, Jesús María
Nieves Tovar se estremeció ante aquella determinación pero el vecino había
rebasado el límite de lo digno y tolerante.
Todas las tardes prendía un candelero y la humazòn se le
metía en el rancho haciendo imposible la respiración de su mujer y su hijo de
tres años, a quienes tanto amaba y protegía todos los días del mundo.
Semejante abuso ya era razón suficiente luego de tres
tajantes advertencias hechas al fragor del sofoco y el cansancio porque la
providencia no escuchaba las oraciones diarias, donde les pedía que mandara la
lluvia porque aquel verano era inaguantable y podían pasar cosas por la que
después no pediría perdón, así San Pedro lo mandara sin chistar al infierno.
Ya hubo suficiente razón aquella mañana que tuvo que
devolverse del conuco y aplazar las tareas de preparación del suelo por un
extraño dolor en el pecho, ese día supo que el calor asfixiante antecedía a una
desgracia.
Al regresar, su hijo lloraba desconsolado dentro del rancho,
lo encontró sentado en el catre donde dormían los tres. Su madre no estaba y
eso era muy raro, todavía el muchacho no articulaba palabras suficientes para
explicar la excusa que le puso para ausentarse por un ratico.
María Luisa no estaba y aquello era de extrañarse. Era una
moza de 15 años y hacía ocho meses que había destetado a su hijo, por lo que
las carnes espléndidas presumidas cuando tenía 12 y Jesús María se la robó de
un baile estaban de vuelta, también la voracidad del vientre con la que se le
entregó aquella noche donde se marchó huyendo del yugo de sus padres.
Jesús María, 20 años mayor que ella, calmó el llanto de su
hijo y lo tomó en brazos para irla a buscar no fuera a ser que algo malo le
haya pasado a pesar que en el naciente caserío nunca pasaba nada malo salvo
cuando los vecinos quemaban en verano.
Y por casa del vecino comenzó. Como se la tenía jurada entró
silencioso al rancho mientras su hijo esperaba a la salida. La desgracia
anunciada por el reverberante calor de abril se dibujó ante sus ojos, María
Luisa en posición de yegua salvaje gemía de placer tomada por el vecino que
todos los días les hacía imposible la respiración por sus afanes de pirómano.
Sorprendidos en flagrancia y sin saber qué decir, Jesús María
conservó la dignidad de sus 35 años y advirtió al mozo infractor, ya marcado
por el signo de la desgracia en su frente: -No importa dónde se meta, le
aconsejo que avise a sus familiares del funeral, porque voy a matarlo-.
Sin más palabras fue al rancho a buscar la escopeta que
salvaría su dignidad y que solo usaba para cazar y llevar salado al fogón.
Mientras tanto en el lugar de la desgracia la pareja de amantes discutía
acalorada la posibilidad de huir lejos, pero María Luisa descartó aquello, no
iba a abandonar a su hijo, así que en un forcejeo y el desespero de su amante
le asestó un golpe de sarten en la cabeza dejándolo inconsciente.
Jesús María volvió escopeta al hombro, en el patio su mujer
lloraba desconsolada con el niño en brazos. Al entrar halló desmayado a su
enemigo y decidió amarrarlo para concederle el honor de ver su muerte a manos
de un hombre deshonrado.
Lo ató a la sombra de un cotoperí y mientras esperaba que
abriera los ojos, fue en busca del comisario mayor del caserío para dejar
constancia del hecho como un asunto de honor con todas sus evidencias.
Cuando despertó, el mozo tenía enfrente a Jesús María apuntándole a la frente con la escopeta y a su lado el comisario ya enterado de
los pormenores. -Proceda, Jesús, como ley en este caserío doy fe que se trata
de un asunto de honor-.
Jesús María lo miró a los ojos y apenas le sostuvo la mirada,
la resignación y tristeza que expresaba no le hicieron retroceder: -Esto va por
no dejarnos respirar, y también va para que las generaciones futuras de este
caserío sepan que los conucos ajenos se respetan-.
Un segundo después, tras tomar aire, le abrió en dos la
cabeza de un tiro de escopeta y lo dejó a disposición de las autoridades.
Nuno
Asunto de honor, relato vida, que nos hace viajar hasta encontrarnos con el humo de la quema, con el trabajo del campo, con el sudor del esfuerzo y el sudor de algo más... Por eso dígale a la familia que prepare café que aquí va a morir. Mi abrazo Nuno, Mi estima, tu palabra es necesaria. JAMR
ResponderEliminarCon motivo de la publicación no publicada.
ResponderEliminarPara Nuno
El tiempo desencadena lo necesario
Lo necesario para la justicia siempre será enemigo del poder
Tu palabra es necesaria.
Muchas gracias mi querido poeta. Tomo tu palabra como bandera en el camino que nos falta por recorrer.
Eliminar