Elena
es una mujer con la belleza oculta tras sus enormes ojeras, con la inocencia
guardada en el equipaje de la juventud perdida y el autorespeto dormido en
algún lugar de su complejo mundo interno.
Su voz es suave pero habla rápidamente. Colecciona bolsos,
tiene cualquier cantidad; sus amigas le dicen que hasta cuándo los comprará y
se limita a responder que quiere uno por día, es decir, quiere llegar a tener
trescientos sesenta y cinco y está a punto de lograr la ansiada cantidad.
Trabaja de noche. Es prostituta. Ni ella misma sabe por qué
llegó a ejercer esta profesión. Cierto día comenzó y ya tiene ocho años
ejerciéndola. Aún no ha pensado en alejarse del oficio, se ha acostumbrado;
hasta podría decirse que se siente cómoda.
No es de por aquí, es de la costa y por sus ojos profundos
y tristes puedo asegurar que los llenó de olas, que los llenó de mar en las
largas horas de contemplación de su infancia.
Una vez recordó a su madre, recordó como nadaba desnuda en
las mañanas calladas y serenas y tales recuerdos la ensimismaron de tal modo
que tuvieron que sacudirla para que entrara en sí.
Tiene clientes habituales como: Pepe, el señor del abasto,
Juan, el esposo de Adela y Guillermo, un tarambana sin oficio ni beneficio.
Tiene un amor momificado por los años, un montón de cartas
de dicho amor atesoradas en la gaveta de su armario y un gato al que cuida con
una dedicación digna de admirar.
Sabe conseguir cualquier cosa de los hombres.
Por los hombres no siente ni atracción ni repulsión, siente
como una costumbre, una resignación, un desencanto.
Elena ejerce su profesión con el fastidio que da la rutina
y con el orgullo de quien gana su sustento honradamente.
Francisco
José Aguiar
Me encantó... Mucha creatividad !.
ResponderEliminarUn buen relato que describe una figura triste y ensimismada, enquistada en mediocridad de la rutina hasta el punto de su conocimiento la hace afable. Mis felicitaciones al autor
ResponderEliminarUna gran historia del buen Pancho
ResponderEliminar