Escribo para intentar entender, no para tener la razón. No me interesa tener la razón. La palabra se inventó para decir lo que se piensa y es tarea de los escritores ponerla al servicio de la humanidad e invitarla a pensar para evitar su robotización, su deshumanización. Escribo para entender la tierra donde nací, su gente, su magia y sus supersticiones, el calor que forja su carácter y emociones, el atardecer hermoso que ilumina el rostro de viejos nobles. Escribo para entender los ojos de Alimar y la mirada de mis hijos, la candidez del lirio blanco y los versos del Serenatero. Escribo para entender la nostalgia nacida del recuerdo. Como gasto papeles recordando. Escribo para entender el silencio de las cenizas, la tristeza de la sabana en marzo y su alegría en mayo, la fuerza del río crecido en julio y sus aguas diáfanas de febrero. Escribo para entender al samán centenario y a su sombra que susurra historias. Fluye la prosa ante la erguidez de la ceiba...
Escribo para que la gente recuerde